¡Qué causalidad!

Observo a un niño y a su padre.

¡Zas!

El padre abofetea al hijo.

– ¿Por qué lo has hecho, papá?

– Para que aprendas que a veces las cosas suceden sin motivo alguno.

– ¿Y no es eso en sí un motivo?

¡Zas!

– Y eso, ¿no se trata de la causa de la causa del origen de tu bofetada?

¡Zas!

– Papá, la causa de la causa de la causa…

La capacidad generativa infinita de nuestra gramática, palabra tras palabra, encamina al niño a la infinita libertad.

En el informe forense leo

“Causa de la muerte: desconocida”