El chico de la nuca es un concepto abstracto. Percibido y creado por la inteligencia de alguien que bien podría habitar el otro lado de la calle, aunque sólo fuera parcialmente. Concebido posiblemente en Domingo…
El chico de la nuca también existe el lunes.
El chico de la nuca es todo. Aparentemente lo que se ve detrás de una ventana: una nuca y un codo. Pero también un bello universo de permutaciones infinitas.
No comprende el dinero, pero te vende su capital cognitivo.
No posee a las personas, pero las quiere a su lado.
No le gusta perderse detalle, pero a veces lee en diagonal.
No cree en el bien o en el mal, pero a menudo obedece a algo que se siente bien y hace algo que parece estar mal.
No cree en el tiempo, pero sesgadamente lo procesa sin cesar. Entonces…
Cree en escalas temporales que sobrepasan el entendimiento humano, pero vive en el presente.
Cree optimísticamente en el poder transformador de la sociedad, pero se caga en los que se cagan en todo.
Cree en la humildad, pero le gusta cuando por sorpresa lo aplauden.
Cree en las estrellas, pero crece en la tierra.
Cree ser humano, pero su estigma, estilo y estambres indican que está hecho de partes de flor.
Cree que quiere, pero quiere.
Consciente de una de las interpretaciones más contraintuitivas de la mecánica cuántica, en algún momento de su existencia el chico de la nuca eligió no elegir. Muchos mundos, repletos de muchas ramificaciones…
Sin embargo, el chico de la nuca tiene una debilidad que extermina tanta multiplicidad.
El chico de la nuca tiene un gato. Y para evitar que lo posea la paradoja de Schrödinger se levanta cada mañana para materializar su cuerpo.
Lo va rellenando como si de una bolsa de piel se tratara. Al principio completamente vacío, va atiborrando de elementos el saco de pellejo flotante.
A veces se equivoca en el orden y tira primero la sangre y cuando se da cuenta de que parece un zurrón de vino, lo reestructura. Arterias, fibras, huesos, pulmones…
Una vez corpóreo, ya con brazos-y-piernas-y-manos, puede suministrar la comida a su gato para garantizar que al observarlo el colapso de la función de onda dará como resultado una preciosa vida felina. Nada de paradojas.
Pero cualquier elección, por microscópica que sea, conlleva un efecto mariposa de elecciones recursivas que incrementan de manera exponencial. Se empieza siendo todo, luego un cuerpo que alimenta a un gato, una nuca y un codo, alguien con quien hablas un rato…
Y un día, una elección que te desplaza. De Barcelona a Menorca, o del parque a una plaza.
El chico de la nuca ya no puede estar en todas partes, pero eso abre las puertas a la sorpresa.
¿Quién sabe?
Quizás algún día aparece de repente y te explica:
“Aquí es donde me siento algunas veces algún Domingo cuando tú no estás”.